jueves, 2 de diciembre de 2010

Utópica

Ese día (no recuerdo qué día) por la noche me fui a la cama (que no era mi cama)  con la absurda idea de quererla sólo para mí, había recorrido diversos tipos de mujeres en el transcurso de mis noches, pero yo deseaba una sólo para mí.
Yo aquí, quién sabe dónde, imaginándola, creando sus deslumbrantes zafiros, sus fríos labios, su frescura, su cuerpo, sólo eso: un cuerpo, piel, sensibilidad.
Ella en proceso y los  amigos sedientos me invitaban a beber, las amigas sin pasión me enredaban entre sábanas.
Los días transcurrían y el viejo cantinero aún me preguntaba: “¿Cuándo te conseguirás una mujer?”, yo sin ninguna preocupación respondía: nada, no respondía nada.
Yo aquí,  quién sabe dónde, imaginándola, creando sus  manos de seda, sus pies  de fortaleza, su olfato peculiar, su olor a ella, su olor a mí, su olor a nosotros.
Mujeres acercándose subían aún más el trozo de tela que cubría sus tornadas piernas, mordían sus labios, acariciaban cabellos, jugaban con mi cuerpo y yo, moviéndome sin sentir.
Yo aquí, quién sabe dónde, imaginándola, creando su descripción, su mirada  interrogante, sus pechos blancos y suaves, sus piernas fuertes, creando su sudor, su calor, sus oídos perceptivos a mi voz, su olfato sensible, tan sensible a mi  esencia.

Las calles apagadas me hablaban al ritmo de los alucinógenos, los faros encendidos me observaban con morbo y el pavimento agrietado me sacudía las neuronas, así llegué al diminuto dormitorio, pequeño y podrido como mi mente, ya que en espacios grandes y muy bien elaborados nos perdemos.
Yo aquí, quién sabe dónde, imaginándola, esperándola, tal vez sentado, tal vez  dormido, tal vez de pie, tal vez muerto, tal vez vivo.
Ella tan allá, tan dentro, tan creación,  tan mía, tan esclava de mi  mente, ella tan sudorosa,  ella y su frescura.
Por un momento la humedad llegó a la cama, por fin la soledad me abandonó, por primera vez mi cuerpo explotó, por única vez ella existió. Ella es, será y fue mía, porque ella es mi creación.